Todo se diluye.

                     

Todo se diluye


                            Por un momento pensé que nada era real. Estábamos en una burbuja del espacio-tiempo. Tal vez nos despertásemos en otro lugar, en otro tiempo. Pero ahora, aquí, en nuestro mar conocido, nos mecemos y reímos, aún así, somos conscientes de la temporalidad de nuestra situación, de nuestra locura, que no es total porque sabemos que pronto recobraremos la cordura.




                        Hago el esfuerzo de sentir cuál es mi momento. Ahora estoy pensando y escribo. Después, no sé, pero luego sí, no habrá nada. Nada, al menos, para mí. Os quedaréis aquí, pero no por mucho más tiempo, y pensaréis las mismas cosas, pero a vuestra manera, cada uno a la suya y en su momento. Así que, razonablemente, me dedico a vivir sin complicaciones pero con conciencia. Es mi forma cobarde de salvarme.



                                    Cada vez veo más cerca lo que me queda y tengo la sensación de que se van repitiendo los mismos patrones de reconocimiento. ¿Cómo estamos? ¿Qué fuerzas tenemos? Si hemos pasado por esta o por aquella enfermedad, si conocemos a alguien que está mal o que hace tiempo que no le vemos bien. Y sabemos, con total certeza, que un día hablarán de nosotros, de nuestra enfermedad o nuestro deterioro o, tal vez al contrario, de lo bien que estamos para nuestra edad. Siempre es lo mismo, la misma vía hacia el mismo lugar: el olvido.


                                    Personalmente solo permaneceremos en el recuerdo de nuestros hijos y, algo menos, en el de nuestros nietos. Colectivamente puede que unos pocos sean recordados por esas cosas que hicieron y nos dejaron. Pero quién recuerda sus miedos, sus sonrisas, las cosas que les emocionaban, sus pequeños afectos y debilidades.

                                           Todo se diluye.






    





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